lunes, 12 de septiembre de 2011

De las polleras que quedan

Es un poco dificil amarte en la distancia,
y ahora estoy cansada de hablar de olor,
de tu piel, de tus manos y tus lunares.
Ellos también están cansados de que hable de ti,
pero es de lo único que puedo hacer,
porque es lo único que me queda.

Y no puedo evitar releer los pequeños retazos que vuelan,
palabras que gritan tu ausencia,
o la mía.
Palabras tristes, palabras necias, palabras sucias.
Sucias de amor, sucias de sexo, sucias de mentiras.
Amor y mentiras.
Sexo y muertes esporádicas.
Y no sé por qué sigo escribiendo si ya me he perdonado,
pero a ti no.

Mi cuerpo cruje, como las hojas de otoño,
bajo miradas ajenas y desconocidos.
Aquella última tarde no nos dimos besos de despedida.
Yo te amé, te respiré.
Tú sólo me tomaste,
porque hace más de lo que puedo recordar
que no me amas en las sábanas.

Antes me susurrabas palabras que no eran de amor,
ni de odio, ni de sexo, ni de nada,
eran nuestras palabras,
pequeñas mentiras que nos consolaban.

Sentía tus dedos como se siente la seda en la piel desnuda.
Y aquella última tarde me doblé una vez más de amor,
para perderlo.
Porque me di cuenta de que sólo era una furcia,
una puta barata de burdel,
de esas con polleras y pintalabios barato.

De esas que no te besan.
Exactamente como aquella tarde.

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