sábado, 18 de enero de 2014

Así.

Y quiero un niño,
que aprenda a jugar al baloncesto y aprenda poesía.
O una niña,
que aprenda a jugar al baloncesto y aprenda poesía.
Que ría, que lea, que llore.
Que sueñe, que aprenda.
Que se caiga,
que cometa errores.
Que sea lo que quiera ser, y como quiera serlo.
Quiero que pise escenarios y se emocione,
o que simplemente vaya a verlos, y se emocione.
Que juzgue a su parecer
y cree su propia conciencia,
se parezca a la mía o la odie.
Así es como quiero que sea,

como quiera ser.

sábado, 11 de enero de 2014

Falleció el rencor en algún lugar lejano.
En alguna esquina del comedor
o debajo de la cama.
Se quedó hecho trizas respirando el humo
que se colaba por cualquier rincón.
Y se acordó del tiempo de ser usado,
de las mentiras que se contaban a su costa.
Y de su gran amor.
Se acordaba de su pelo y lloraba, como si no fuera rencor,
como si fuera la impávida tristeza y su manera de sonreír.
Su sonrisa.
Y tras la muerte,
el rencor se suicidó,

porque ni allí le quedaba nada. 

jueves, 9 de enero de 2014

En llamas.

Ardían los papeles en la mesa.
Ardía el alba.
Ardían las hojas amarillas por el otoño.
Ardía el mar.
Ardía la alegría y la tristeza.
La cabaña crujía.
Las mentiras crujían.
Su cuerpo crujía.
Soplaba el viento y alentaba las llamas.
Se quemaban los pájaros
y los ciervos.
Se quemaban los conejos y las arañas.
El rojo azulado inundaba el sol.
El rojo azulado inundaba sus pupilas.
Le inundaba el alma.
Ya fallecido, sin odio,
ni devoción por más arte que el de llorar fuego, apareció.
Con un vestido de lino y un cubo.
Lanzó el agua y cayó.
Cayó sobre los pájaros,
sobre las mentiras,
sobre las sonrisas.
A cámara lenta apagó la cabaña,
apagó los pájaros, los ciervos.
Apagó las arañas.
Apagó el alba.
Y se fue, del mismo modo,
cantando y sonriendo,

dándole un nuevo sentido a todo.