“Cada
día, cada segundo respiro por ti. Soy feliz, no voy a negártelo, pero me falta
algo, me falta el timbre de tu voz, tu risa ensordecedora, tu olor. Me apoyo en
el alfeizar de la ventana, mientras enciendo un cigarro con una parsimonia
abrumadora. Inhalo, exhalo. El humo me rodea. Pienso en los momentos felices
que tuvimos. La primera vez que nos besamos, la primera vez que surcaste mi
piel. Bueno, la segunda, admitamos que la primera fue algo desastroso. Cuando
el sexo dejó de ser algo banal y divertido, para ser la respiración de tu
aroma, un mirarte a los ojos infinitos. Y el frío del anochecer.
Permíteme
que me disculpe si hace tiempo que no te miro a los ojos, probablemente sea mi
imaginación, o qué se yo, pero tus pupilas siguen desnudándome. No te creas que
las mías no lo hacen, recorren cada centímetro que recuerdan, y sé que mis
manos harían lo propio. Deja que mi corazón siga latiendo, insaciante, y no me juzgues
si te aparto la mirada. Porque prefiero saber que eres feliz, a ver que eres
feliz. Por no hablar del tono carmesí que termina siempre cubriendo mi cara, al
son de movimientos olvidados.
Me
dejo el alma en cada esquina, de cada burdel, de cada botella, desde que no
estás. Y comienzo a ser una de esas canciones tristes de Sabina, donde la mujer
va sin pena ni gloria, arrastrando unos tacones baratos y con rímel corrido. “Mujer
de sombras y de melancolía volvamos al Edén que nunca has ido […]”. Siento que todos me miran con una pena
exquisita, no sé si saben que muero, o piensan que muero al saberte de otra
boca. O simplemente quieren compadecerse de alguien que no sea ellos mismos. Me
limpio el sudor de la frente y enciendo otro cigarro. Será el cáncer lo que me
mate, ya nadie muere por amor. O eso dicen.