jueves, 9 de enero de 2014

En llamas.

Ardían los papeles en la mesa.
Ardía el alba.
Ardían las hojas amarillas por el otoño.
Ardía el mar.
Ardía la alegría y la tristeza.
La cabaña crujía.
Las mentiras crujían.
Su cuerpo crujía.
Soplaba el viento y alentaba las llamas.
Se quemaban los pájaros
y los ciervos.
Se quemaban los conejos y las arañas.
El rojo azulado inundaba el sol.
El rojo azulado inundaba sus pupilas.
Le inundaba el alma.
Ya fallecido, sin odio,
ni devoción por más arte que el de llorar fuego, apareció.
Con un vestido de lino y un cubo.
Lanzó el agua y cayó.
Cayó sobre los pájaros,
sobre las mentiras,
sobre las sonrisas.
A cámara lenta apagó la cabaña,
apagó los pájaros, los ciervos.
Apagó las arañas.
Apagó el alba.
Y se fue, del mismo modo,
cantando y sonriendo,

dándole un nuevo sentido a todo.

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